En el país de los Cátaros

Como un amigo que no se quiere despedir de ti, España parecía no dejarnos ir. Con algunas paradas en varias ciudades para visitar a amigos, fuimos recorriendo los kilómetros que nos separaban de la frontera como sin darnos cuenta. Un café con unos, una comida con otros, una cena y un paseo con los últimos y así, como si querer, estábamos en la frontera con Francia. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que el viaje había comenzado realmente. Emocionados, ante la idea de que no volveríamos a pisar territorio conocido hasta dentro de muchos meses, cruzamos aquella frontera sin frontera y dimos el pistoletazo de salida a la aventura de nuestras vidas.

Siempre hacia el este, por carreteras secundarias, asegurándonos de saborear cada pueblo, cada esquina, cada bosque, cada lago y cada río. Primera parada, Carcasona. Después, el resto de Europa

Ruta de la primera etapa.

Carcasona, Francia

Tras los tres días saliendo de España, despertar en la furgoneta comenzaba a ser una rutina. Ya habíamos aprendido a apreciar esos dos o tres segundos que necesitábamos, al despertar, para recordar donde estábamos. Habíamos aparcado en Carcasona, ¿verdad? Sí, eso es. Comencemos la rutina diaria.

Después de un breve paseo, en dirección contraria al mítico castillo de la ciudad, encontramos una cafetería para tomar el primer café del día con un buen croissant. (Que el bar estuviera vacío y el camarero viendo una película con un Nicholas Cage melenudo y camiseta de tirantes en la televisión, fue todo un extra) Con el estómago lleno, nos dirigimos, ahora sí, a la ciudad vieja de Carcasona.

Ciudad vieja de Carcasona. Difícil perderse cuando la fortaleza se ve desde cualquier lugar.

La ciudad vieja reposa sobre una colina que parece tallada con el único propósito de sostener la fortaleza que la rodea. Unas murallas sólidas y robustas de origen romano delimitan el primer perímetro mientras que otras, más altas, más esbeltas y más modernas, enclaustran el castillo que dio cobijo a los vizcondes de Trencavel desde el siglo XII. Tras salvar el desnivel que nos separaba de la entrada, nos encontramos frente a la entrada principal de la ciudad. Un puente levadizo sobre un foso que antaño fue una barrera infranqueable contra invasores, pero que ahora reposaba ante nosotros abierto, invitándonos a entrar.

Imponente entrada principal a la ciudad vieja.

Nada más adentrarnos en la ciudad, que había sido invadida en tantas ocasiones por ejércitos enemigos, fue evidente que ahora estaba sitiada por un nuevo invasor que no portaba lanzas, sino Euros. Pudimos ver como cada calle estaba plagada de tiendas, restaurantes, cafés y otros negocios orientados al turismo. Afortunadamente para nuestros espíritus, tan poco amigos de las aglomeraciones, Enero es temporada baja en Carcasona. Solo el viento glaciar, persistente en su empeño de recordarnos por qué no hay visitantes en invierno, se paseaba junto a nosotros por las calles laberínticas de la ciudad, como acompañándonos, como ejerciendo de guía.

Miniatura de Carcasona en Carcasona.

En el corazón de la ciudad, rodeado por un nuevo foso, se sitúa el castillo. Los desiertos pasillos de cintas zigzagueantes que nos condujeron a la entrada dejaron claro que aquel lugar, en verano, estaba repleto de visitantes. Imaginar aquel lugar, tan tranquilo en ese momento, abarrotado de turistas, fue desconsolador, sin embargo en aquella ocasión éramos casi los únicos presentes. Tras pagar los 9 Euros por persona que cuesta la entrada recorrimos las dependencias del castillo durante al menos cuatro horas. No teníamos ninguna prisa, y la verdad es que con el frío que azotaba la ciudad se estaba mucho mejor en el interior que vagando por sus calles.

El castillo fue reconstruido parcialmente y alberga un museo muy interesante sobre las diferentes épocas de ocupación de la fortaleza. También se puede acceder desde las dependencias interiores a las murallas de la ciudad y pasear por todo el perímetro de las mismas. Tan solo nos encontramos con otra persona haciendo la visita. Un turista canadiense de Calgary, cuyo nombre se ha perdido en mi memoria. Solo recuerdo su cara cuando nos preguntó de dónde éramos y le dijimos que españoles, pero residentes en Yukón. Se podía leer en su expresión como se preguntaba, ¿Qué hacen dos españoles viviendo en el norte de Canadá? Bueno querido amigo, eso es otra historia que algún día contaremos.

Detalle del museo del castillo. Lápidas medievales.
El castillo desde las murallas.

Tras la visita al castillo decidimos que era el momento perfecto para comer un bocadillo. Se nos ocurrió, con buen acierto, que un buen lomo ibérico de Salamanca con un buen pan francés reciente era la mejor combinación posible para aquella tarde.

Una vez saciados y aún con bastante frío, decidimos acercarnos al Mcdonalds más cercano con intención de hacer uso del producto más apreciado que tienen cuando se viaja en furgoneta por el mundo, el Wifi gratuito. Un café, un rato planeando el día siguiente y un lavabo es justo lo que necesitábamos para entrar en calor y cargar las pilas. No había duda con respecto a nuestro próximo destino, si solo podíamos ir a un lugar después de Carcasona, tenía que ser Albi.

Albi, Francia

Recorrimos los 100km que nos separaban de Albi siguiendo nuestro plan de no utilizar autovías ni autopistas. Lleva más tiempo, en ocasiones más kilómetros, pero nos recompensa con muchas más experiencias y lugares que recordar. Todos esos pueblos que atravesamos, pequeños cafés, puertos de montaña… todo ello se perdería inadvertido si usáramos las autovías.

En aquella ocasión, la niebla, e incluso la nieve, decidieron acompañarnos mientras atravesábamos el país de los Albienses. A pesar de que disponemos de neumáticos de invierno y de que tenemos experiencia conduciendo con nieve, decidimos ir muy despacio. Total… ¡no tenemos ninguna prisa!

Sí, eso que hay en los árboles es hielo.

Albi, ciudad dividida en dos por el río Tarn, posee una historia muy interesante. Fue el origen de la herejía de los Cátaros, que dio lugar al nacimiento de la primera inquisición y a una sangrienta cruzada. También vio nacer y crecer al artista Toulouse-Lautrec. Cerca de la catedral, en el interior del palacio la Berbie, se encuentra el museo que aloja parte de su obra.

He mencionado la catedral. La catedral es exactamente lo contrario a lo que cualquiera tiene en mente cuando piensa en una. Con un exterior de ladrillo rojo, grandes torres circulares y una extraña mezcla de estilos, no es una de las catedrales más imponentes de Europa pero desde luego es una de las más desconcertantes que he visto. Es, sin duda, el elemento más característico de la ciudad junto con los jardines del palacio de la Berbie y las vistas del río y de la otra orilla de la ciudad que disfrutamos desde aquel lugar.

Catedral de Albi.

Siempre que piense en Albi recordaré la sensación de paz que experimentamos en aquellos jardines, donde el ruido de la ciudad parecía tener prohibida la entrada. Ah, y las palomas. Nunca olvidaré aquellas palomas paseándose por dentro de la cafetería donde tomabamos un café, como si tal cosa, con la gente ignorándolas como si aquello fuera normal.

Vistas desde los jardines del palacio de la Berbie.

Una vez visitada Albi, decidimos continuar hacia nuestro próximo destino. El viaje será un poco apresurado hasta que lleguemos a Eslovenia. Hace tiempo decidimos que pasaríamos rápidamente por Francia e Italia para después frenar el ritmo y viajar con mucha más calma en países que fueran más baratos.

Pasamos la noche cerca de Montpellier, junto al mar. Al día siguiente íbamos a vivir nuestra primera experiencia con el Couchsurfing. No fue lo que esperábamos, fue mucho mejor. Pronto contaré como nos fue con Andrea, el apicultor hinduista, y como nos descubrió el maravilloso pueblo montañés de Dolceaqua, en la provincia italiana de Imperia.

12 comentarios sobre “En el país de los Cátaros

  1. Ayyy que maravilla… soy fan fan!! Que envidia sanota me dais… algún día os pediremos la furgo!!! La ilusión de Samu!! Jejejeje… hasta entonces seguir disfrutando!! Ah… tengo gente por Alemania por si necesitáis otro sofá… Abrazos chicos!!

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